Libertad Arrebatada

La personificación del diablo como el símbolo de todos los males asume la forma de vida del judío”                Adolf Hitler
Arthur Jones
Aún recuerdo como eran aquellos días en los que podía sonreír con libertad, cuando mamá y papá me regañaban por hacer pequeñas travesuras y jugaba a las escondidas con mi hermano gemelo Alfred. Ahora solamente me pregunto ¿A dónde se fueron aquellos días?
Los recuerdos son difusos y entre el silencio me sumerjo en la nostalgia, abrazando mis huesudas rodillas para conservar el calor. A veces no puedo dejar de preguntarme qué pasaría si hubiéramos escapado a tiempo del país, antes de que toda esta catástrofe comenzara, pero lamentablemente el “hubiera” no existe. Mis pensamientos vuelan a aquel día cuando llegamos a este lugar, con todo el dolor del mundo nos separaron de mamá y  nos subieron a un tren repleto de personas de aspecto maltratado. Los tres llorábamos la perdida, no sabíamos dónde la llevarían ni tampoco donde nos llevarían a nosotros, solo quedaba esperar nuestro inevitable final. Inútilmente nos consolamos entre nosotros mientras intentábamos no separarnos ni asfixiarnos entre la apretujada multitud que se removía inquieta en el pequeño vagón de tren. El viaje fue largo pero yo lo había sentido  muy rápido, solo cerré los ojos un segundo y ya nos encontrábamos dentro de aquel infierno. La multitud de hombres temerosos fue ordenada en filas e inmediatamente un par de uniformados de mirada severa nos comenzaron a revisar y fuimos divididos en dos grupos; uno por uno, izquierda o derecha ¿Cuál de los dos? Nos separaron de papá. Lo habían enviado a la izquierda y a nosotros a la derecha, días después estallamos en llanto cuando supimos lo que habían hecho con él. Nunca volveríamos a verlo otra vez. Cuando quemaron los cuerpos Alfred tomo entre sus manos un poco de ceniza que revoloteaba en el aire y murmuró; —Que descanse en paz— entre sollozos, luego sopló la ceniza para que volara junto a las demás, papá se había ido al cielo.

Ángel de la muerte
El doctor Josef Mengele había llegado a Auschwitz. Todos los prisioneros hablaban de aquel hombre del cual mi hermano y yo desconocíamos  por completo. Los murmullos y las miradas indiscretas no se hacían esperar, y lo más extraño era que todas ellas eran dirigidas a nosotros ¿Qué era lo que ocurría?

—Tiene una afición por los gemelos…— aquello fue lo único que logramos escuchar del bullicioso murmullo. Mi hermano y yo cruzamos miradas, estaba seguro de que a ambos nos rondaba la misma pregunta por la cabeza; ¿Quién es Josef Mengele? Necesitábamos información y nosotros sabíamos cómo conseguirla; la cambiamos por nuestros zapatos, el del pie izquierdo de Alfred y el de mi pie derecho, a un prisionero mayor que había llegado un año antes que nosotros al campo de concentración, su nombre era Berthold Epstein.

Al parecer el Doctor Mengele se dedicaba a experimentar con humanos y estaba especialmente interesado en los gemelos idénticos, gente con heterocromía y sujetos con anomalías físicas. A los gemelos los usaba para investigar en ellos la herencia genética y demostrar su supremacía. —Es capaz de ser muy amable con los niños para que le tomen cariño, les da caramelos, piensa en los detalles cotidianos de sus vidas y hace cosas que les gustaría admirar…Y a continuación, el humo de los crematorios y, al día siguiente o media hora después, los niños son enviados allí— agregó, mirándonos con lastima. Impactados por la nueva información susurramos un gracias y, en silencio, nos dirigimos a nuestro barracón correspondiente para descansar. Josef Mengele era un sujeto peligroso, más que todos aquellos soldados sádicos que patrullaban los campos, definitivamente no debíamos encontrarnos con él pero en el fondo algo me decía que, como todo lo que sucede en esta vida, nada resulta como tú quieres.

Un nuevo día había llegado para el infierno que es este campo de concentración y comenzar la mañana con un pan duro y un vaso de agua de dudosa procedencia ya era la rutina; la cual nos vimos obligados a adoptar. Hoy nos tocaba una tarde llena de trabajos forzados, a pesar que hacia un frío que nos calaba hasta los huesos no podíamos quejarnos para nada. No había que mostrarse débil ante el vigilante uniformado. Aquí el judío débil era el primero en morir fusilado o deportado, así que con los pies a medio congelar Alfred y yo continuamos avanzando entre el silencio que ocasionalmente era roto por el disparo de un arma y el sonido de alguien cayendo en la nieve. Ya se estaba oscureciendo cuando nos llevaron de vuelta a los barracones, en el camino pudimos observar que en la entrada de Auschwitz había una multitud de personas ordenadas en filas, no tuve que pensarlo mucho para darme cuenta de que eran nuevos prisioneros. Sentí como Alfred jalaba de mi manga y apuntaba discretamente a un señor de bata que observaba a los judíos formados, no le habría tomado tanta importancia a aquel sujeto si en ese momento, como si hubiera sentido nuestras miradas sobre él, volteó a vernos con una sonrisa plasmada en el rostro, un escalofrío recorrió mi espalda e inmediatamente agarré la mano de mi hermano y seguimos nuestro camino a los barracones con mayor rapidez.

 —Arthur…— el temeroso tono de voz con la que Alfred me habló me dio a entender que había tenido la misma desagradable sensación que yo al chocar miradas con ese hombre.

—No pasa nada…— susurré intentando tranquilizarlo —No pasa nada, Alfred, estaremos bien…— y de paso, tranquilizarme a mí también. Aquella fría noche se volvió una de las tantas en las que no pudimos dormir.

En la mañana nos despertó el alboroto que hacían los prisioneros de nuestra barraca, el cual en su totalidad estaba conformado por niños entre los 10 y 16 años, la mayoría perdieron a sus familias en la selección cuando llegaron a Auschwitz al igual que nosotros.

— ¿Qué está pasando? — pregunto Alfred, uno de los niños mayores detuvo su andar para responder: —El doctor Mengele le hará una revisión general a los prisioneros— respondió con nerviosismo

—­¿Revisión? — pregunte yo esta vez — ¿Por qué una revisión?

—Según lo que escuché, en el campo de los gitanos se extendió una plaga, un brote de noma, y quieren revisar que no haya infectados aquí. — Me abstuve a preguntar qué sucedería si encuentran a alguien infectado, obviamente matarían al enfermo en el acto. Entrecerré los ojos, la plaga no era mi mayor preocupación, Alfred y yo no estábamos enfermos así que estábamos a salvo, por ahora. Lo único que me molesta en este momento es que con esta revisión general difícilmente podremos mantenernos alejados de ese doctor. Un pequeño golpe en mi hombro me sacó de mis pensamientos, a mi lado Alfred me miraba con preocupación.

—Estaremos bien — susurró intentando tranquilizarme, aunque ambos sabíamos perfectamente que tendríamos que prepararnos para lo peor.

Doctor Mengele
Había llegado la hora de la revisión, todos nos encontrábamos en fila, rígidos y nerviosos. Alfred estaba a unas cuantas personas antes que yo. Teníamos la esperanza de que si nos encontramos separados el doctor no notaria nuestra condición de gemelos y podríamos continuar con nuestra relativa paz.

Los soldados no tenían piedad, disparo tras disparo, muerto tras muerto. No importaba si tenías una leve fiebre o un ligero resfriado, eras eliminado de inmediato.
Por un momento sentí que se me detenía el corazón cuando uno de los soldados se detuvo frente a mí y me examino con la mirada. Me abstuve de mirarlo fijamente y simplemente observé mis pies como si fueran lo más interesante del mundo. Cuando sentí  sus pasos alejarse solté el aire que no sabía que estaba reteniendo y respire con tranquilidad. Ahora todo estaba bien.

—Espera. — o tal vez no —Ese es el muchacho. — escuché y sentí como me agarraban del brazo y me sacaban de la fila. Asustado levante la vista para ver como mi hermano era sujetado de la misma forma por otro hombre, un hombre de bata blanca y sonrisa escalofriante.

—Doctor…Mengele. — susurré con temor. Lo único que logre escuchar antes de quedar inconsciente fue la voz de Alfred gritando mi nombre.

Laboratorio
Cuando abrí los ojos, estaba solo. Me reincorpore y observe el lugar en donde me encontraba; un cuarto blanco con un pequeño colchón desgastado, solo había una puerta, obviamente cerrada, a la cual me acerque con la esperanza de poder ubicarme mejor. Me apegue al vidrio. Por un momento pensé que me estaba mirando por un espejo curiosamente ubicado en el pasillo — ¡Alfred! —, pero no era así. Mi hermano se encontraba en el cuarto ubicado al otro lado del corredor, me hacía señas con las manos pero yo no lograba entender lo que me quería decir. Exhale aire caliente en el vidrio para empañarlo y poder escribir en el <<¿Dónde estamos?>> Por suerte Alfred pudo leer el mensaje y me respondió de vuelta por el mismo medio. <<Laboratorio. Mengele>> Apreté los labios con frustración al leer aquello. Así que estábamos en un laboratorio y para empeorar las cosas este pertenecía al doctor Mengele.

Alfred Jones
Cuando llegamos aquí sabía que tendríamos una vida difícil por el siempre hecho de ser quienes somos. La injusta muerte de papá fue dura para Arthur y para mí, lo único que lograba aliviarme levemente era saber que ahora nuestro padre estaría en un lugar mejor.
Internamente hubiera preferido morir antes que vivir en este infierno congelado pero sabía que mi hermano no pensaba así, a él aun le quedaba esperanza y yo no tenía corazón para bajarle la moral.

Madre me enseño que a veces la vida es injusta con las personas equivocadas, ahora puedo ver que tiene la razón. Pero también creo en el karma y sé que actuara cuando sea necesario y si no, pues solamente tendré que esperar por una muerte rápida y no tan dolorosa.

Días que pasan
Sin mantas decentes ni mi hermano a mi lado siento que el frio traspasa mi piel, calándome los huesos, provocando  que mi cuerpo tiemble de dolor. No puedo creer que aquel nevado invierno que tanto adoraba de pequeño ahora sea el causante de este doloroso y lento sufrimiento. Sabía que Alfred estaba igual que yo, o incluso peor, y aquello no me animaba para nada.

Los días pasan y las cosas no mejoran. Mengele era un hombre raro y excéntrico pero sobre todo cruel, lo supe desde el primer momento en que chocamos miradas y, puedo asegurar, de que nadie podría decirme lo contrario.

La comida era escasa, más que antes, y a veces inexistente. Los soldados se divertían dejándonos en ayuna. Pero la esperanza se mantiene, sigue ahí y no planeo abandonarla.
Sabía que el doctor Josef era un loco de la ciencia, con sus experimentos crueles que dañaban la integridad del ser humano y destruían a cualquiera que fuera tocado por sus instrumentos de tortura. Afortunadamente nosotros nos pudimos salvar de aquello, después de todo, Mengele era de los que disfrutaban dejar lo mejor para el final y siendo nosotros los únicos gemelos que han pisado este lugar en mucho tiempo debo suponer que el quería disfrutar de nuestro dolor lo más que pudiera.

Ataque
Aunque me encontraba entre la conciencia y la inconsciencia aún era capaz de escuchar el estruendoso bullicio que provenía más allá de estas duras y blancas paredes que me mantenían cautivo. Podía oír pasos resonando por el pasillo, acercándose, lentamente. Algo o alguien choco contra mi puerta, luego se abrió. Un cuerpo herido cayó en la habitación.

—¡Usted! — lo reconocí, era… —¡Señor Epstein! Como es que…usted ¿Cómo llego aquí?— me acerque al hombre herido. Tenía una gran mancha roja en el estómago al parecer le habían disparado, estaba pálido y ojeroso. Moriría por la pérdida de sangre.

—Hey, chico— me saludo con una sonrisa cansada, como si no le importara nada, como si no se estuviera muriendo frente a mis ojos. —Sabía que estaban aquí— hizo una pausa para tomar aire —Lo escuche del doctor Mengele, estaba con él. Me había elegido para ayudarlo a controlar el brote de noma que se había expandido en el campo de los gitanos, estaba fascinado con mis habilidades medicas por eso no me mato de inmediato luego de que terminara de ayudar.

—¿Porque esta herido?— pregunte preocupado. El señor Epstein se ponía cada vez mas pálido y sus ojos estaban perdiendo su brillo. Él suspiró.

—Fue un disparo, ellos creyeron que era uno de ellos, caí al instante por el impacto y pensaron que estaba muerto. Luego de que se fueran logre ponerme de pie con las pocas fuerzas que tenia y aprovechando que el doctor Mengele no estaba a la vista vine aquí por ustedes— tosió —Tienen que escapar. Tienen que salir de este lugar ahora.

—Espere un momento ¿Quien le disparo? ¿Que quiere decir con "uno de ellos"?— estaba confundido.

—Rusos— respondió —pensaron que era un Nazi. Están atacando el campo de concentración, a los judíos no les hacen daño alguno. Solo les importan los soldados.

—¿Rusos? ¿Están atacando el campo? porque... ¿porque ahora y no antes?— me exalté ¿seria esta la oportunidad de ser libre al fin?

—Hitler esta muerto— soltó.

—¿¡Que!? ¿como?

—Parece que se suicido. Maldito loco, espero que se vaya al infierno— maldijo —los rusos tomaron la oportunidad y están matando nazis como si fueran simples insectos.

Vi como comenzaba a mover su mano en dirección  a su bolsillo, lo detuve. No quería que se moviera tanto en su delicada condición.

—Esta muy débil, no debe moverse tanto. Perdió mucha sangre— me miro fijamente un momento, pude notar que quería decirme algo pero simplemente se quedo callado e hizo caso a mi indicación.

—Muy bien muchacho— dijo —Toma la llave que esta en mi pantalón, con ella podrás abrir la puerta de tu hermano y lograran salir— cumplí con lo dicho y tome la llave que guardaba. —Ahora vete, vete de aquí.

—Pero usted...

Olvídalo— me interrumpió —ya es muy tarde para mi— suspiró resignado.

Lo observe por unos segundos que me parecieron eternos ¿quien podría haber imaginado que aquel hombre a quien Alfred y yo dimos nuestros zapatos estaría ahora salvándonos? Acerque mi mano a su rostro para cerrar sus ojos ya sin vida. —Gracias— Susurre antes de salir de esa blanca habitación.

Libertad
Con rapidez y manos temblorosas abrí la puerta de la habitación que mantenía preso a mi hermano gemelo. Al entrar estudie el cuarto igual al mio para encontrar a Alfred, allí acurrucado en el oscuro rincón.

—¡Alfred!— exclame. Él levanto la vista que hasta hace poco mantenía posada sobre sus rodillas para verme.

—¿Arthur?— susurró. Su voz estaba rasposa y su apariencia tan mal como la mía. Mordí mi labio inferior e intente no llorar. No era el momento para ser débil, teníamos que ser rápidos ¡era nuestra oportunidad para escapar! —¿Eres tu?— la voz de mi hermano me saco de mis pensamientos.

—Si Alfred, soy yo. Vine por ti ¡podremos salir de aquí!— me acerque a él y lo agarré del brazo para que se pusiera de pie, se tambaleo un poco pero pudo mantenerse recto con mi ayuda.

—¿Salir de aquí?— susurro esperanzado e incluso, tal vez, creyendo que todo era una simple ilusión provocada por el frío y el hambre.

—Si— respondí y no pude evitar sonreír. Rápidamente le explique lo que había sucedido con el señor Epstein y sobre el ataque.
Teníamos que ser rápidos por lo que al terminar de hablar salimos del cuarto y caminamos con precaución por los pasillos. Nos deteníamos cada vez que escuchábamos pasos ajenos y para descansar un poco, nuestros estómagos vacíos se quejaban por la falta de comida pero no era el momento apropiado para pensar en ello. —Una vez libres podremos comer hasta reventar— me dije para darme animo.

Estábamos llegando a la salida, el estruendoso sonido de las armas ahora se escuchaba con mas claridad. Sentí un apretón en la mano, gire el rostro para ver a mi hermano quien se removía nervioso en su lugar. Solté un suspiro y apreté su mano de vuelta para que me prestara atención.

—Estaremos bien, saldremos de aquí y buscaremos a mamá. Todo volverá a ser como antes— dije. Alfred parecía no estar muy convencido de mis palabras —Créeme. Vamos a salir de aquí— repetí.

—Bien. Esta bien Arthur, confió en ti— ambos nos sonreímos y salimos del laboratorio camino a la libertad.

El sonido de las armas hacia eco en nuestros oídos y los cadáveres estaban esparcidos por doquier. Pasar desapercibidos entre la peligrosa multitud era fácil, los soldados se peleaban entre ellos ninguno tenia tiempo para ocuparse de nosotros.
Corrimos por entre las viejas cajas y escombros, la adrenalina nos impedía parar. ¡La salida! estaba cerca, tan cerca, justo en frente de nosotros.

Un disparo. Un empujón y caí. Abrí los ojos los cuales había cerrado por el impacto y lo vi.

Alfred— en el suelo sin moverse estaba aquella persona que hace unos segundos corría a mi lado. Muerta —Alfred...— intente arrastrarme para estar mas cerca de él pero una mano sobre mi pie me detuvo. Solté un gruñido de dolor. Al sentir el frío metal en mi frente aparte los ojos del cuerpo sin vida que permanecía a unos pocos centímetros de mi y la pose sobre aquel que me apuntaba con su arma. —Usted...— Un disparo y todo se volvió negro.

Éramos libres.


MC.

Comentarios