Iceberg

El frío me quemaba la piel y en mi cabeza ya no había leña para alimentar la flama que mantenía viva la idea de que todo ese montón de masa flotante se descongelaría en algún momento. 
Todo pasó en un instante en que dejé que mi perfecta superficialidad se hundiera y se hiciera una con el agua.
¿Era hermoso cuando el sol pegaba en esa porción sólida y blanca, no?
Fue bello mientras era de día. Las noches se hicieron largas y comencé a notar que bajo la porción visible de hielo había una tonelada de existencialismo reprimido, hasta entonces insoluble. No me gustaba. Prefería mi vida cómoda, felíz, los rayos solares penetrando en mi anhelado éxito, entre otras cosas. Desde entonces empecé a evitar la noche. Lo que no sabía, ni nunca pudo imaginar mi enceguecida mente ambiciosa, que pasaría, era que mientras más deseaba la luz y menos recordaba ese tumulto masivo de problemas que tanto esquivaba, mi desdicha aumentaría. De esta forma, a medida que pasaba el tiempo, el calor fusionaba mi superficie y poco a poco, por acción de la conciencia, esa vida perfecta desapareció y ahora el sol es más lejano que nunca. Quién diría que sería víctima de una ignorancia "ingravitatoria" y que estaría aquí deseando ser agua en un destino irreversible.

-ArdH

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